Este pintor futurista genovés, fue el impulsor y el único representante del llamado Excesivismo, un breve movimiento de vanguardia de 1910. Tan breve que sólo duró unos días.
Boronali frecuentaba el mítico cabaret parisino de Lapin Agile en Montmatre, y de él sólo sabemos dos cosas: que escribió el manifiesto excesivista, una escuela pictórica más radical que el futurismo que abogaba por «destruir los museos y pisotear las infames rutinas»; y que pintó un cuadro expuesto en el cabaret frecuentado por los más excelsos intelectuales y artistas de Europa.
«Y el sol se durmió en el Adriático» de Boronali.(1910).El cuadro era extraordinario. Lo nunca visto en 1910. Y con un título de lo más poético y evocador: «Et le soleil s’endormit sur l’Adriatique (Y el sol se durmió en el Adriático)». París se revolucionó y todo el mundo empezó a hablar de ese cuadro venido del futuro y de su misterioso autor.
Con tanto éxito, la obra se acabó colgando en el Salón de los Independientes de París, junto a cuadros de Matisse y de Rousseau. La crítica más prestigiosa calificó a la pintura de ejemplo de «perspectivas insólitas», «empastes geniales» y «sentido trascendente del color». Se llegó a vender por la friolera de 400 francos. Artistas como Modigliani no vieron en su vida tanto dinero.
Había llegado el momento de conocer al escurridizo artista italiano. Y cuando todo el mundo estaba en ascuas, saltó a la palestra el periodista Roland Dorgelès, que explicó la broma. Una mañana se podía leer este titular en primera plana de Le Matin: «Un asno por jefe de escuela».
Junto al pintor Pierre Girieud, el crítico André Warnod y el dueño del cabaret, Frédéric Gerard (además de un notario para documentarlo todo), llenaron unos cubos con los colores azul, verde, amarillo y rojo y le llevaron las pinturas al burro de Gerard, llamado Lolo.
Con un pincel atado a la cola y recompensado con dos de sus manjares preferidos (zanahorias y tabaco), el burro movía la cola y parió la obra maestra que todos estaban admirando. Fijaos en la fotografía de arriba.
Cuando Dorgelês y sus compinches publicaron la nota en el periódico diciendo que Boronali era en realidad un burro, un crítico de arte les amenazó con un pleito por insultar a un artista tan excelso. Para eso servía el notario, que dio fe de la farsa.
Lo que Dorgelês pretendía era dejar al mundo del arte en evidencia. Si algo como el cubismo estaba triunfando, París iba a saber lo que era una auténtica vanguardia.
Aún así, a pesar de descubrirse el montaje, el cuadro siguió su vida propia y se sabe que su último comprador lo llegó a asegurar en 5 millones de francos. Así es el mundo del arte. Una burrada.
Gerard y Lolo..